Historia de Sitio de Calahonda

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Por otra parte, la creación de una urbanización no solamente representa una enorme cantidad de procesos, que a veces deben confluir para hacer habitable una casa o una nueva fase -lo cual en muchas ocasiones representa un verdadero desafío- sino que también aboca al comprador, como flamante habitante que es, a resolver, en su escala particular, una cantidad de dificultades propias. Así pues, el desarrollo de la urbanización se hace más fluido y la idea de «dar servicio» se convierte en realidad cuando los urbanizadores están en condiciones de proponer soluciones, o de ayudar a encontrarlas, a los nuevos propietarios. Para ello, en 1980 Felix Prieto y yo creamos el pimer Centro de Servicios de la Costa del Sol, que atendía todos los problemas prácticos que se podían presentar a alguien que estuviera construyendo su casa o adecuándola para hacerla más habitable. Este Centro fue gestionado por mi hermano, Íñigo. Para el cargo de Director Comercial de «Urbanizaciones Calahonda, S.A.», empresa promotora y urbanizadora de Sitio de Calahonda, se contrató en 1970 a Sal Asayag, un profesional muy eficaz y que creía en el futuro de nuestro proyecto, al punto de que predijo que Calahonda sería una urbanización importante en un plazo aproximado de 25 años, augurio que se cumplió antes del tiempo previsto. Él ideó una promoción que en aquellos tiempos fue revolucionaria, vendiendo en Estados Unidos, por 1.400.000 pesetas, una parcela de 400 metros cuadrados con una casa de 120 metros cuadrados y ofreciendo, además, una serie de regalos: Un Seat 600, una guitarra, una mantilla española y una botella de vino. Esta propaganda tuvo tanto éxito que llegaron 400 solicitudes…aunque finalmente en el mercado norteamericano sólo se vendieron cinco casas.

Al principio se quiso dar a las calles los nombres de personas destacadadas, pero se pensó mejor y se decidió que se designaran con patronímicos de sitios de nuestra geografía: Málaga, Jaén, Sevilla, etc. De todos modos, a unas pocas calles se les dio el nombre de personas muy significativas para Calahonda: mi padre, José de Orbaneja, fundador y promotor de la urbanización; Holmdahl, ciudadano sueco que fue el «primer habitante»; mi suegro el Conde de Jordana, recordando al primer presidente del Club La Naranja; los hermanos Van Dulken, propietarios de la finca; Julián Lozano, trabajador incansable desde los comienzos de la urbanización y unos pocos más. Podría recordar mil cosas, con la emoción que la nostalgia le añade a los simples hechos cotidianos. Como cuando creamos el vivero para defender la «estética verde» que siempre se puso por delante en Calahonda, plantando en las aceras césped y palmeras, lo que se comenzó por Avenida de España y se continuó por el mismo orden en que se iba urbanizando: Calles Málaga, Sevilla, Montecalahonda, etc.

O como cuando la empresa Hoteles Ibéricos creó un pequeño establecimiento de 12 habitaciones en El Campanario -algo parecido a eso que hoy está tan de moda como «hotel rural»- con un magnífico restaurante cuya calidad, junto a la atracción del entorno, hizo acudir a personajes famosos, muchos de los cuales (como fue el caso del pianista Arturo Rubinstein) se convirtieron en asiduos concurrentes. O cómo entre los primeros promotores que acudieron a Calahonda llegó un grupo italiano, liderado por Lorenzo Civiero y Armando Filipa, que compró 40.000 metros cuadrados y los convirtió en Marina de Cabo Pino, el pintoresco puerto cuyos apartamentos son todos distintos.

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